Después de cuidar: el duelo de quienes lo dieron todo
Cuando una persona querida fallece, el dolor que sentimos es inmenso. Pero cuando además hemos sido quienes le hemos cuidado día tras día, ese dolor lleva consigo algo más: la pérdida de un rol que dio sentido a nuestra vida durante mucho tiempo.
Quien cuida no solo acompaña. Sostiene, observa, adapta sus horarios, deja de lado sus propios deseos para priorizar a otro. Muchas veces, lo hace en silencio, sin reconocimiento, sin pausa. Por eso, cuando todo termina, lo que queda no es solo tristeza. También hay desorientación, cansancio profundo… incluso culpa.
El experto en duelo José Carlos Bermejo lo describe con claridad:
“El duelo de un cuidador tiene sus propias características: no se llora solo la pérdida, sino también el fin de un rol que dio sentido a la vida durante años.”
¿Qué duele cuando ya no cuidamos?
- Duele el vacío de la rutina.
- Duele no saber qué hacer con tanto tiempo “libre”.
- Duele no tener a quién cuidar.
- Duele no saber quién somos sin ese rol.
- Y sí, también puede doler sentir cierto alivio… y eso es normal.
El duelo del cuidador necesita ser reconocido. No es un «capítulo cerrado» de un día para otro. Es un proceso en el que hay que reconstruirse, sanar, y reencontrarse con uno mismo.
Volver a mirarse con ternura
Es momento de:
- Darse permiso para descansar.
- Buscar apoyo emocional. Grupos, profesionales, personas de confianza.
- Nombrar lo vivido. Hablarlo, escribirlo, compartirlo.
- Recordar sin culpa. Honrar al ser querido sin quedarse atrapado en el pasado.
- Reconectar con lo que nos hace bien. Volver a lo pequeño: caminar, leer, tomar café sin mirar el reloj.
Cuidar deja huella. Pero también deja aprendizajes, fortalezas, una nueva forma de mirar la vida.
Y cuando llegue el momento, tal vez nazca una nueva pregunta: ¿Quién quiero ser ahora que ya no cuido?
El camino sigue. Más lento, más silencioso… pero también más nuestro.
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